18 de abril de 2018

Jueves 12/04/2018












MENSAJE DUCENTÉSIMO TRIGÉSIMO SEGUNDO
(Respirar Profundo)


Los latidos del corazón, cuando se aceleran, son claro motivo de alarma. Y por ello, el respirar profundo relaja, y la circulación sanguínea fluye sin tanta velocidad.

Cuando el Alma está en pena, ocurre lo mismo. Se agita y deja que el corazón se acelere y se apague, con mayor intensidad. Por ello, el respirar profundo nos ayuda a ralentizar las tensiones, de las penas y aflicciones.

La meditación, conjuntamente con la relajación, nos alivia hasta el punto de llegar a la conexión entre el cuerpo y el Alma. Y la respiración nos abre la posibilidad de centrar la atención en lo real, y la aceptación de dicha realidad.

El sometimiento al dolor o a la pena, o el deseo, nos hace ser esclavos de una irrealidad, nos deja ciegos a la verdad, y no dejamos de palpitar si ven que existe una Gran Conexión entre el cuerpo y el Alma. La aceptación de un fracaso o decepción nos libera de la misma, cuando la meditación nos conduce a la reflexión, y ésta al entendimiento real. Porque todo tiene un por qué, y sólo hay que dejarse llevar, sin forzar ni el deseo, ni el dolor.

Cuando, un ser querido se separa de nuestro lado, siempre hay un por qué, y el dolor agita el corazón herido, por la incomprensión y el deseo de volver a tener éste querer, con uno mismo. Es decir, no fortalecemos la voluntad, ni razonamos. Y hacemos que nuestra mente se desequilibre en lo que fue y pudo ser. Mientras que, si reflexionamos, vemos que todo tiene un por qué, y ese por qué está por encima de nuestro mero entendimiento común.

 El Misterio de la vida, y todo lo que concierte a las emociones es tan paralelo, como nuestras necesidades más elementales. Por ello, también la meditación nos libera de las obsesiones y obstrucciones al entendimiento común, que es la propia vida la que produce estas sensaciones varias, como parte de la propia existencia del vivir.

La Oración siempre debe ser después de una gran Reflexión, aunque dure dos minutos. Es esencial, para sentir la profundidad de la misma, y poder orar sin titubeos y de todo corazón.

 
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