28 de enero de 2020

Jueves 23/1/2020







 


325. MENSAJE TRICENTÉSIMO VIGÉSIMO QUINTO
(La búsqueda de la felicidad)



La felicidad auténtica, la plena, a la que el hombre está llamado, no puede encontrarse en ningún bien limitado.

Todos los hombres queremos ser felices y deseamos una vida plena,  en todas las dimensiones humanas. Pero: ¿Por qué esos permanentes anhelos de felicidad?

La respuesta se encuentra en nuestra naturaleza, que ha sido dotada según Santo Tomás de Aquino de un "amor originario", o según San Juan Pablo II de un "impulso íntimo" que tiende hacia la plenitud. De ahí que buscamos en todo momento satisfacción, en cada una de nuestras acciones.

El hombre y su continua búsqueda de la felicidad

Diariamente actuamos para conseguir algún fin que reconocemos como bien: estudiamos para tener una profesión; trabajamos para ganar dinero; lo ahorramos para construir una casa y fundar una familia... En todo esto buscamos la felicidad. Pero la auténtica, la plena, a la que estamos llamados, no podemos encontrarla en ningún bien limitado.

La posesión de Dios trae consigo la felicidad plena

Los bienes creados, por elevados que sean, no pueden satisfacernos completamente. Si los convertimos en dioses, y los tomamos como fines en sí mismos, quedaremos decepcionados. Porque, cuanto más se persigue la "autorrealización" en cosas limitadas, menos se alcanza.

Así, podemos experimentar, por ejemplo "la vaciedad del triunfo". Cuando, conseguimos una meta profesional que nos hace ver, que lo obtenido es mucho menos que lo que el objetivo parecía prometer, o incluso, a dárnosla sensación de haber pagado por este fin un precio demasiado alto.

Si en esta situación, nuestras aspiraciones no van más allá, experimentaremos una frustración profunda. Tampoco vale que este "más allá", sea otra meta profesional más elevada; esto sólo aplaza el problema.

Nuestra relación personal tiene lugar cuando, una vez reconocidas las limitaciones de los bienes que nos rodean, descubierta y aceptada nuestra realidad natural, nos proponemos seriamente la búsqueda de Dios, de su Amor ilimitado. 

Es entonces, cuando realmente nos "olvidamos de la propia realización", cuando paradójicamente, la encontramos de un modo definitivo.

La posesión de Dios, del mismo Amor, que excede infinitamente todos los bienes creados que podamos imaginar, trae consigo la felicidad plena. Es entonces, cuando el hombre no necesita aspirar a nada más, porque su vida ha alcanzado una riqueza insondable e infinita.

Si buscamos continuamente las alegrías que nos pueden dar los otros hombres o las cosas, nunca llegaremos a ser felices. La solución está en Dios, en quien encontramos la máxima plenitud, sin pretenderla. 

Dios nos atrae, aunque sea muchas veces de modo inconsciente, y nos llama continuamente hacia Si. Las conocidas palabras de San Agustín "nos creaste, Señor, para Ti", y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", no han perdido nada de actualidad para el hombre del siglo XXI.

Vivir con Dios es una experiencia liberadora, semejante a la de Israel cuando atravesó el Mar Rojo, haciendo el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad de la Tierra Prometida.


Vivir con Dios es el paso de la esclavitud a la libertad

Esta liberación proporciona al ser humano una conciencia, un gran alivio y un amor que corresponde a los deseos más profundos de su alma.

Ya no se conforma con vivir cien años, sino para siempre; ya no quiere ser un poco feliz, sino serlo plenamente.


 El único camino para lograrlo es la comunión con Cristo: 
"¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz"
(San Agustín, Confesiones X, 20).




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