MENSAJE DUCENTÉSIMO QUINCUAGÉSIMO CUARTO
(la búsqueda de la felicidad)
La pena que produce la pérdida de los seres queridos,
produce el rechazo a la vida, como a la muerte.
produce el rechazo a la vida, como a la muerte.
La soledad forzada, rechaza la comunicación con los demás.
Así como, la apatía y desolación se apodera del alma,
y el espíritu se ahoga en un mar de dudas.
y el espíritu se ahoga en un mar de dudas.
La fe y constancia, en la lucha por comprender, que todos los estados anímicos son elementales, para el conocimiento y comportamiento de madurez y sensatez en la vida.
Todo tiene su porqué, aunque en el momento del hastío, queremos pensar y meditar sobre lo que nos hace frágiles, y decaemos en un mar de oscuridad absoluta.
La reflexión sobre la aceptación de estos estados carenciales son un verdadero salvoconducto al entendimiento y a la razón, que a su vez, nos abre las puertas a la felicidad, o estado de paz en uno mismo.
El reposo, la meditación, el llanto y la oración nos hace comprender que todo lo que nos oprime está en la mente, y que debemos admitir la aceptación de éstas circunstancias, que nos afligen para saltarlas y valorarlas, como pasajes y circunstanciales.
Si te oprime un zapato, ve descalzo o cálzate otro que te deje andar, sin opresión, pues es la manera del alma. Ésta se siente oprimida por el espíritu atormentado, y hay que aprender a relajar la mente como el cuerpo, para poder expulsar toda opresión. Y a veces, incluso, es bueno el llanto como mecanismo de defensa, para abrir los canales y que fluya la energía Universal, por todo nuestro ser y dejarse llevar, por la voluntad del TODO PODEROSO, para que las lecciones del alma sean imperecederas.
Y entonces, la felicidad vendrá en nuestra búsqueda, para aplacar el llanto y abrir el entendimiento más ocluido circunstancialmente.
Amar, perdonar, aceptar nuestras variantes y resquemores, son los vínculos que nos unen y nos conducen a la verdadera felicidad, que es: estar en paz con uno mismo, así como con los demás.
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